+++++ El destino siempre ha dado mucho de que hablar. Todos creemos en el, de maneras muy distintas, cada uno tenemos una definición muy distinta de lo que es, partiendo de ahí: creo que todos de alguna manera coincidimos en su existencia.
Dentro de toda esta diversidad y este contínuo debate existe algo que me llama mucho la atención, alguién mencionó alguna vez la situación de una pareja de novios, él proclamaba con orgullo que su novia era la mujer ideal para él y de algún modo ponía sobre la mesa la probabilidad tan baja que de entre tantas personas, tantas ciudades, tantas escuelas, tantos intereses, algún día estuvieron en el mismo lugar al mismo tiempo y eventualmente se hicieron novios. Tan poco probable que, sin duda, podría parecer una jugada del destino.
Para mi, el destino es algo tan grande, tan diverso, tan cambiante, que todo lo que yo pueda decir, pensar o creer se queda demasiado corto. Creo, que cuando las cosas son tan enormes, tan sorprendentes, tan especiales, tan mágicas, entenderlas sería arruinar su grandeza. Ante algo de tal magnitud lo mejor que se puede hacer, es simplemente apreciar y sorprenderse cada vez.
Todo esto me hizo pensar en el destino de aquellos primeros utensilios para comer, aquellos aretes y aquellos anillos, tan antiguos que algún día por el "destino" llegarón hasta aquel museo, que por el "destino" yo un día llegué a visitar y que por el "destino" fue la vitrina que más me llamó la atención en aquel museo lleno hasta más no poder de objetos. Volviendo a los utensilios, los aretes y los anillos; siguen siendo lo mismo que fueron, carecen de valor, no son nada, tal ves por el "destino" duraron todos estos años, pero no son mas que sombras de lo que un día fueron, porque ya nadie los puede usar o tocar, dejar de ser lo que eran. Pero esos objetos cobran valor cuando pensamos en las personas que hace miles y miles de años los usaron, los tocaron con sus manos, los puesieron en sus orejas o en sus dedos. Que comida llevaron a la boca de aquel pequeño niño que aprendía a comer sin usar sus manos, apurado por salir a lo que sea que hiciera por las tardes despues de comer. Como sería la muchacha que algún día muy lejano a este, usó aquellos aretes que habían estado en su familia por generaciones y que le fueron heredados el día de su boda. Aquel anillo que tal vez peterneció al anciano más sabio de la comunidad, anillo que poseía una leyenda, la cual contaba como había sido forjado por los Dioses, como conjuntaron el poder del sol, luna, estrellas, lluvia, volcanes, frío y todos los poderes sobre la tierra en aquel anillo para poner en el todo poder transformado en sabiduría.
Me parece imprescindible pensar de ese modo, observar de ese modo, de otra forma uno va a un museo y lo único que ve es una exhibición interminable de cosas viejísimas. Cuando uno observa de otra manera, cuando observa más alla de la materia tangible, de los hechos de cada uno, es cuando puede apreciar el destino de todo sobre la tierra. Por eso es que cuando de verdad sabemos observar el destino sin cuestionarlo y sin tratar de entenderlo, podemos ver lo impresionante que es el valor que poseemos para hacer cosas tan increíbles que parecen gobernadas por algo superior y la habilidad de encontrar lo grandioso e inexplicablemente bello en las cosas que sin razón cruzan nuestro mirar.
El destino no es el futuro ni lo que será, creo que el destino es el pasado y lo que ya fue, uno escribe su propio destino en el presente y puede leerlo en el pasado, pero el futuro es un cielo lleno de estrellas, donde cada una de ellas es la posibilidad de un camino completamente distinto. El destino es tan maravillosamente inexplicable como inexplicablemente maravilloso y deliciosamente desconocido.
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